Enero 29 – desde Dominicana




Estoy sentada en el aeropuerto de Santo Domingo un poco fúrica porque me mandaron 5 horas antes de mi vuelo y madrugue a lo pendejo. La única cosa que me dio gusto fue que renovaron este aeropuerto y ahora uno se puede tomar un buen café Dominicano y ver a la gente pasar (hacen muy buen café en estas tierras). Me voy a la mitad del shoot, me voy porque tengo que estar con Diego (hoy en día la prioridad #1 de mi lista) y tenemos el lunes a una cita. Y también me voy porque me puedo ir tranquila, se quedan los mejores elementos de LC y harán un trabajo increíble. Eso es una preocupación menos. Tengo otras 578 más, así que mejor me enfoco en esas.
Todavía disfruto mucho de ir a filmar (más si es en el mar) y sobre todo porque vamos con una buena banda de gente, un crew increíble y talentoso, de gente que se compromete completa – y con ellos sumados a los que somos (cliente y agencia) – nos echamos muchas risas a ratos, luego llegan las nubes y nos peleamos todos, cae una tormenta, se aclara el cielo, corremos a perseguir una playa sin nubes, discutimos, nos contentamos, nos hacemos carrito, cerramos el día con carcajadas y volvemos a empezar a las 6 am.
Hoy amanecí agradecida de seguir conociendo gente talentosa y lugares maravillosos. Aprendo mucho todavía – y a estas alturas me cae que cómo agradece uno seguir aprendiendo – ojalá hubiese entendido eso más temprano en mi vida, pero bueno, todo llega cuando llega.
Ayer nos fuimos a filmar a una playa vecina en un catamarán, íbamos todos e iban todas las cámaras y todos los gadgets (que no son pocos) – y encima los modelos y modelitos (que como son los protagonistas hay que aguantarlos). El espacio techado del barco era mínimo, y del cielo azul pasamos en un puto segundo a un aguacero brutal que nos obligó a meternos como sardinas bajo el pequeño techo que menciono. El capitán, Italiano y buena onda – en un acto de generosidad – nos jalo del a S y a mí y nos metió con los modelitos en la parte baja, donde está el baño y nos cerró techo y puertas. No sé cuánto duro aquel infierno pero en ese metro cuadrado, una marinera estaba jugando candy cr ush sentada en el escusado, S estaba sentada en el escalón contándole historias a los niños para que se estuvieran quietos, los niños poco graciosos y chiflados hacían preguntas idiotas y yo por segundos me iba sofocando.
De pronto y sin darme cuenta ya estaba al borde de explotar, intente escapar, pero la puerta estaba cerrada con cerrojo por fuera, y el techo era imposible moverlo, porque la pendeja modelo se acostó arriba de él, para intentar ligarse al otro pendejo modelo.
Me puse a tocar fuerte y a sacar la mano por el único hoyo qué había, pero nadie me escuchaba y cuando finalmente logré salir de ahí, echando humo y con taquicardia de la claustrofobia, les dije a mis compañeros “esta si es la definición de infierno: estar encerrada en un metro cuadrado, a oscuras y escuchando a dos niñitos payasos ajenos” Porque no hay nada peor que aguantar niños nuevos, que no son de uno.
Entre otras cosas, la mamá de los modelitos estaba ahí. Me apene un poco, pero la neta ella diría lo mismo si la encerraran en ese hoyo – con los míos – que tampoco son monedita de oro.
Moral como dice mi amiga S: “No te dejes encerrar en espacios pequeños si eres poco tolerante a dichas situaciones”
Segunda moral: No estar cerca de los modelos si no hace falta, sean del tamaño que sean.
Desde que comencé a trabajar en publicidad hace 104 años (la cifra de mi madre), odio a los modelos, intento llevar gente normal al casting, y siempre acabamos con la modelo de argentina que llega en bata a la barra del bar pensando “estoy tan buena que puedo hacer lo que me dé la gana”
Modelos pelados y niños ajenos, ambas cosas – tache.