La hora del mezcal

Como son los rituales cotidianos,

Como tatuajes.
Y entre más adultos somos, más se arraigan en nosotros,
no los cambia ni #covid.

Como el café de la mañana, antes de poder emitir una palabra,
El del ejercicio a primera hora, porque mentirme de que “lo haré más tarde”
– es siempre eso – una gran mentira.
El de leer mis tres periódicos nocturnamente, sabiendo que el despertador va a sonar a las 7, pero aún me falta el tercero.
y como la hora del mezcal en la tarde… o en el aperitivo,
o cuando llueve o cuando hace sol; o nomás porque si.

Ese ritual del mezcal no llego a mi por Juano, como algunos de sus amigos piensan.
El mezcal llego a mi vida por Aleks Syntek (que además venía acompañado de la “gente normal”), cuando llegaron a mi fiesta de cumpleaños en 1995 – el primero de recién casada por vez primera – valga la redundancia.
Aleks Syntek me llevo un mezcal Oaxaqueño (sin etiqueta), como regalo, y yo me lo tome completo junto a mi amiga A.LL.  (pues ella me llevo a a Aleks Syntek) .
Y desde ahí me gusto el mezcal.

 

Mucho tiempo ha pasado desde entonces.
Y ni hablar de matrimonio(s). 

Cuando Juano y yo comenzamos esta historia,
el ritual del mezcal arrancó con ella,
“¿Nos echamos un mezcal?”
La pregunta no se ha vuelto cansada.
Sólo hay que asegurarnos de que haya chelas, de preferencia IPA’S y a veces puros.
yo sólo me tomo un cuarto de cada chela de J.
Y siempre hay una buena conversación.
O pleito.
O risas.

O como diría mi amigo Aleks Syntek,
“sexo,
pudor,
o lagrimas,
me da igual…”

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