Huerto de paz

Ahorita nos vemos aquí fantásticos, esa es la magia de las redes sociales,
pero si rebobinamos la cinta a las 8 de la mañana, esta foto sería distinta,
pues hoy amanecí triste y enojada como la CH.

En realidad, todo arrancó el miércoles que me caí de la escalera, encima de mi pie derecho, mismo que acabó con el empeine reventado, y apenas puedo caminar.
Odio no moverme a velocidad normal, odio arrastrar este pie globo que “alenta” mi usual paso veloz, y sobre todo odio no poder hacer lo único que me ha mantenido sana en esta cuarentena – ejercitarme – pues llevo 4 días coja.

Y bueno, ya que estamos con la lista,
odio la escuela de los hijos (que parece eterna), 

y también odio un poco a los hijos (que no odio en verdad),


Cuando me llamó el Negro esta mañana, le dije todo esto y él me preguntó,

“Pero flaca, tu huerto ¿no te esta dando paz?” 

 

Un par de horas después de esta conversación, me fui al huerto porque se lo quería enseñar a mi papá. Para mi sorpresa me recibieron brotes de todo, 

de arúgula, de coliflor, de brócoli, de calabaza y de esparrago.
Esto me aceleró el corazón y me levanto los ánimos como nunca me hubiese imaginado.
Pensé mucho en las semillas, que no eran nada.
Luego en el plantarlas y que broten,
solo con tierra y agua,
y pasaron de estar en una bolsita, a ser unas dignas plantas.

Con mi pie jodido me senté en un tronco a observar las cajas y los pequeños brotes verdes asomándose a la vida. Y se me salió una pinche lagrima. Luego dos.

Me duele el pie, me duele mucho, me duele el alma, me duele este encierro, me duele que no se acabe aún la pendeja escuela, me duele cada vez que se va la luz (por horas) aquí en el pueblo, me duele la cotidianidad, me duelen unas cuantas cosas más.
Pero el huerto si me cura un poco.

“Sí Negro, si me da paz este huerto…
Aunque sea para sobrevivir el hoy,
Y quizás hasta el domingo…”

 

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