Los putos corona-blues
Yo no soy fan de los domingos, quien me conoce ya lo sabe; pero la verdad es que por lo mismo me he vuelto una profesional en hacerlos parecer viernes; además le enseñe el sistema a Juano, y el es muy cooperador para olvidar cual es el día de la semana.
Pero en estas épocas de COVID, no hay tanta alternativa, y hoy volví a tener uno de esos domingos de la CH. Como aquellos de la infancia, los de la terrible permanencia voluntaria.
Y es que hoy me entro mi primera corona-crisis de verdad.
La vi venir desde la mañana, porque me levante muy tarde (por cambio de horario) y ya no me anime a ejercitarme. Primer y grandísimo tache.
La verdad es que además desde que comenzó todo esto, yo había estado de lo más normal “para mis estándares”.
Lo cual también ya se me estaba haciendo raro, pero ya había algunos síntomas sin duda:
La absoluta incapacidad de concentración ante un libro, el que sea.
La sensación constante de que me falta el aire,
que voy a necesitar de un respirador y van a estar agotados.
El malestar general por haber descubierto que mis hijos no saben nada,
de nada,
pero de NADA (escolarmente hablando).
y la falta de ganas de comer.
(a mi que me gusta comer tanto).
Pero hoy fue peor que todo eso, hoy estaba triste como la chingada, mis hijos se fueron el fin de semana con su padre y llegué a pensar que era extrañamiento, pero eso sería una gran mamada, dado que llevaban 3 semanas pegados a mi, y tanto ellos, como su pinche home-school ya me tenían harta. Además de que regresan mañana, así es que ni chance me dieron de sentir su partida.
Entonces hurgue un poco mas allá y me di cuenta de que sí estaba triste-triste.
El trabajo fatal. La colectiva se las está viendo negras (como el resto del mundo).
No puedo estar con mucha de mi gente querida – papás incluidos – y eso es grave, porque la neta tampoco es tanta.
Y finalmente no puedo escaparme a mi oficina, a mi sersana, a comer, a echar un vino, o a la chingada.
En mi tristeza me sentí muy sola, en compañía de 4 hombres muy agradables (pareja e hijos), a los cuales no les hubiera conmovido nada mis lagrimas, sino todo lo contrario. Además ellos hablan de motores, cosas que vuelan y nadan, y mi ridiculez hubiera desentonado mucho en esa conversación.
Así es que me salí de casa. Cogí mi bolsa y un papel de baño. (aclaro que era exclusivamente para lagrimas y derivados). Y procedí a buscar a un humano cercano.
No quería zoom, no quería face time, no quería voz, quería ver la cara de alguien que me comprendiera un poco. Y no soy idiota, tengo claro que tampoco es que haya tantas opciones, pues si uno busca “comprensión”, tampoco es que cualquiera pueda ofrecerla (y menos a mí). Además estoy en Valle de Bravo y la gente que conozco, anda responsable con la #sanadistancia, y yo por supuesto que se los aplaudo.
Pero no quería un abrazo, no quería un apretón de manos, quería ver la cabrona cara de alguien, mientras le decía todo esto que estaba sintiendo.
Y me acorde que una loca querida – que seguro me comprendía – estaba en town.
Le llamé,
– Hola Ildiko… ¿dónde estás?
– En mi casa, ¿qué tienes, qué te pasa?
(jamás he podido ocultar mis lagrimas).
– Estoy llorando, estoy harta, y quiero llorar mucho más.
– Vente.
– Voy. Pero no quiero encontrarme a tu vecina porque hoy no estoy pa’groserías.
– No estoy en Valle pendeja, estoy en DF.
– Putísima madre. Tons no me sirves.
Me estacione y llore más, Ildiko me escucho un poco y sobre todo me hizo reír.
Y ya cuando paso tantito, regrese a casa y vi una serie.
Me estaba preparando para dormirme y acabo de escuchar este recado de Ildiko:
“Se me ocurrió una buenísima idea, lánzate a la cruz roja, así llorando como estás, diles que te sientes de la chingada, que te metan en una cama de hospital, te den un tranquilizante fuerte y ahí te quedas a dormir hasta mañana…”
“No se me ocurre una peor idea Ildiko, pero te quiero por pensar en mi”
Está más loca que yo, y por eso es perfecta amiga mía.
Creo que una vez que se acabe este pendejo domingo – y se haga lunes – todo estará mejor.
Mañana será otro día, pero hoy termino éste, agradecida de las amigas, de las que siempre nos quieren, de las que siempre nos comprenden, de las que nunca nos juzgan.
No hay tantas.
Y agradezco sobre todo,
las que nos hacen sentir sanas de la cabeza.
Aunque sea mentira.
(Gracias Ildiko… te quiero).